22.9.11

Esotérico Sueño De Un Día Ficticio (Pte 1) Por Coronel Aureliano Buendía


     Carmen se estaba despertando. El día no iba a tardar en llegar, pero aún estaba oscuro, y entre las maderas caídas de la persiana, el foco de la calle era una luz mortecina que resaltaba las gotas de lluvia que corrían por la ventana. Sin embargo, todavía en su sueño, Carmen veía un sol inmenso, como si se hubieran acortado las distancias con la tierra, y de una claridad insoportable, y atrás del sol, vio un rostro difuso, acercándose entre matorrales que retrocedían en el tiempo para esfumarse tras un chasquido de polvos esparciéndose. Ese rostro avanzaba hacia ella y así empezó a distinguir algunas facciones a pesar de que este era solo una mancha deslizándose en el horizonte. A una cierta distancia ya no pudo dudar de unos pómulos marcados, de unas cejas gruesas, de unos ojos angoleños. Entonces, de repente y sin antes sentirlo, tuvo miedo, primero como una brisa helada, después como un torrente que desbordaba sus oídos; Carmen estallo en un grito apagado que la elevo sobre el sueño hasta  un rincón olvidado, donde quedo viéndose a si misma desde un futuro atrapado en su nostalgia. Después de un momento incierto, se encontró pensando en la incapacidad de seguir tolerando el paso del tiempo, y en el vacío, otro, distinto, sintió que se despertaba sin saber en dónde.
    Escondida atrás de aquel silencio, tardo unos segundos en reaccionar y comprender que ya estaba despierta. Después reconoció las losas del pasillo y se vio de pie de frente a la escalera. No recordaba como llego hasta allí, que movimientos hizo al levantarse. Pero eso ya no le preocupaba, ya los años la habían acostumbrado a esos charcos de olvido, sobre todo si estos venían cuando ella salía o entraba en aquel equilibrio empolvado de sus sueños. Descendió la escalera en la oscuridad, aferrándose a la baranda y tanteando con sus pies los escalones; luego atravesó el comedor sintiendo sus pasos, al tiempo que algo vago y lejano, diminuto, le hacía tener la duda de estar repitiendo una escena ya vivida.
Cuando llego a la cocina se puso a preparar el café para su padre, todavía confusa bajo esa mañana que no terminaba de despuntar atrás de las nubes. Como siempre ocurría, las cosas y objetos de la casa habían aprovechado la noche para mutar su forma o cambiar su lugar. En la noche la materia parecía no encontrar una realidad aparente, desplazándose  mediante la fundición, el desgaste, la apariencia. Carmen, todavía un poco sonámbula, contemplaba incrédula el final de aquel proceso, viendo como la vajilla se perdía en rincones creados por el olvido, viendo que los metales se oxidaban ante sus ojos, que los muebles y las ventanas salían de su lugar para fundirse en los quebrachos y algarrobos que crecían de la nada al costado de la casa.
    Desde que esto ocurría, Carmen redujo el mundo a su habitación, donde se encerraba a leer y a bordar y a dejar que las horas pasen aferradas a su soledad. También ahí todo amanecía desorbitado y fuera de lugar, como en el resto de la casa, sin escapar a las alteraciones de las leyes de la materia que la estaban afectando, pero ahí siempre quedaba su olor a jazmín mezclado al resto de las fragancias diseminas en  el aire, en un vapor dulce que recorría los pasillos hasta la galería. Bordando lagunas cuadriculadas en bolsas de aspillera, o leyendo novelas que siempre terminan felices, Carmen escapaba de sus pesadillas de fin de mes  quedando dormida entre copos de espuma y ovillos de lana, entre bests  sellers  norteamericanos y collares de fantasía...   en aquel tiempo empezó a ir de doña coca, una viejilla que le enseño su influencia sobre ciertos espíritus y a regular las ondas negativas de las auras valiéndose  de los aromas y colores. Saliendo del fondo borroso donde el tiempo trastocaba la materia, la casa amanecía bajo una telaraña de cintas celestes, rojas, verdes, cada cual con su correspondiente cantidad de nudos según los dolores y males que ella buscara vencer, y hasta altas horas de la noche andaba correteando en el pasillo prendiendo inciensos y colgando rosarios y salpicando todo con agua bendita. De a poco fue viendo el mundo como un  tejido interminable de designios y sortilegios.
    …una mañana había abierto el placar siguiendo el rastro de las hormigas, coca le había dicho que estos insectos ahuyentan a los buenos espíritus carcomiéndoles los nervios, y al abrir la segunda hoja del mueble casi choca su nariz con un espectro, apenas visible, que solo la miro de costado y siguió buscando los botones de su chaqueta, mientras Carmen dejaba caer la lata de la cera y cerraba la puerta torpemente…al mediodía estaba quitando del fuego una olla con verduras, y es como si se hubiese impuesto no pensar más en aquel espectro, cuando sintió que alguien suspiro atrás de ella y luego desapareció en una sombra  que se escurrió por la puerta del patio, mientras ella volteaba para ver, y la seguía queriendo atraparla, buscando un rostro, un contorno, hasta tropezar con su padre que leía en la sombra de la parra, y alcanzo a ver su rostro mientras le volcaba las papas y las cebollas y las zanahorias…se quedó inmóvil, intentando imaginar los gritos grotescos que daba en el piso, pero le parecía que miraba un televisor sin volumen. Luego corrió hasta el placar, convencida de que el fantasma se había ido, que era esa sombra que acababa de cruzar a sus espaldas. Pero  lo encontró ahí, igual que en la mañana, hurgando en la madera con dedos que tocaban su interior sin astillarse. Ella quedo perpleja; solo  entonces advirtió su uniforme de contienda, su rostro viejo, mestizo. Atrás de él había otros, muchos más, tan sucios y harapientos como él. Todos andaban recorriendo los lechos de antiguas batallas, mirando las cosas con distraída nostalgia. El espectro saco un botón de plata del corazón del algarrobo, lo guardo en el bolsillo. Después se marchó, los otros parecieron seguirle o imitarlo, y a Carmen los gritos de su padre la fueron devolviendo a su tiempo, a su habitación, al placar y a su soledad.
    Desde este accidente Carmen todas las noches sueña que cocina a su padre en una olla gigante. A su padre las quemaduras le redujeron el pie derecho. Pero esta mañana, mientras lleva el café y las galletas a su padre, Carmen sabía que no había tenido aquel sueño en la noche; sabía que había soñado pero no recordaba lo que había soñado. Tampoco aceptaba que la vida fuese inminente mientras ella sentía que todo estaba a punto de desplomarse. Cuando llego al cuarto, la oscuridad empezaba a romperse en sombras bajo la luz opaca que entraba de la calle. Tendido sobre la cama, el cadáver del padre ya tenía  un gesto duro; las  extremidades encogidas;   pero la materia aun no encontraba resquicios por donde fugarse, y todavía conservaba un leve suspiro de humedad. Carmen se detuvo ante la cama y vio en el espejo del placar el reflejo de las suelas entre las rejas del respaldar. Se sorprendió al descubrir que su primera reacción, su primer pensamiento, iba en busca de un orden, como queriendo atrapar los contornos del ambiente, la posición de los objetos, el color, la luz.   Dejo la taza y las galletas sobre la mesa, se sentó en el borde de la cama a contemplar al padre. Enredada en sus brazos, vio una foto de su madre. Carmen tuvo la impresión de que ese orden minúsculo en las posiciones de las cosas era una mentira, que ese  orden natural, doméstico y cotidiano, era un desparpajo sostenido por la propia sensación de derrumbe que creaba. Ella miraba la habitación y solo sentía  vacío, pero por dentro hacia esfuerzos para escuchar mejor a la materia que vibraba queriendo desintegrarse en la nada. Ese malestar que ella sentía solo se debía al vacío que exhalaba el cuerpo de su padre, pero ella sabía que esa ausencia que impregnaba su pensamiento era más profunda que los limites que ella alcanzaba a percibir, y que iba mucho más allá de aquel cadáver que todavía parecía inmune a la muerte.
     Sabía que faltaba algo y estaba obligada…le imponían llenarlo…
    …Entonces volvió a sentir el mismo miedo que tuvo en el sueño, y recordó aquel rostro difuso que se movía en la línea del horizonte, y después se vio temblado en el espejo, por momentos pálida y después asumiendo tonalidades confusas, viendo que sus pómulos se alzaban, que unos ojos angoleños quedaban superpuestos con los suyos…
    …busco una cuchilla en la cocina y se fue al patio…después corto una rama de sauce y se tiro a los pies de este, sintiendo una familiaridad que la aliviaba y la convencía del alivio, y como una actividad cotidiana, dejando pasar  el tiempo, quito la corteza todavía verde, hasta encontrar la superficie húmeda de la madera, y se puso a tallar con el cuchillo el extremo de la vara…ella nunca supo el tiempo que  paso desde entonces, aunque un rato después se encontraba otra vez pensando vaguedades, tal  las reacciones que provoca el descuido del tiempo, y en sus manos tenía la flecha prolijamente afilada…entonces, de nuevo con ciega convicción, se levantó y fue a la pieza de su padre…el cuerpo no había cambiado un solo detalle…
    Carmen lo miro con ternura y comenzó a sentirse libre otra vez, casi volátil, cuando los soplos del anochecer se cortaban por el hedor que comenzó a emanar el cuerpo, por el aroma funesto que llego para ocupar el  espacio después de que se quebrara el vacío, trayendo el olor de la sangre seca, del cuerpo ahora en descomposición. Los ojos de Carmen, ojos angoleños, negros como la noche, se detuvieron sobre la tenue luz que cubría la flecha cruzada a lo ancho del cuerpo. Ella se sentó en el piso. A su costado, la mesa de luz desapareció en un instante, y el aguamanil de loza española quedo unos segundos flotando sobre el sudor grasoso que llenaba el aire, y cayó en el vacío antes de estrellarse con la tinaja semioculta bajo la cama. Todavía alcanzo a ver como se desteñía el vestido azul de su madre dentro de la fotografía. Después se fue a su habitación y se encerró a bordar, así no vería hasta la mañana lo que había caído en el olvido.

1 comentario:

Lucio F. dijo...

Saludos, hermanos y primos de la Quijotera!